Thursday, September 27, 2012

La razón y el sentido del ser.

Los nuevos tiempos, en palabras de Ortega, nos exigían valor y espíritu deportista para enfrascarnos en la aventura de hallar la verdad radical primaria. Se necesitaba, por tanto, una nueva generación de hombres dispuestos a tan apasionante como incierta empresa; hombres que se instaran a ser ellos mismos.

Así, Ortega hizo suya la frase de Píndaro llega a ser quien realmente eres, utilizándola como imperativo vital, pues, como vimos en el post anterior, la vida era el nuevo ser o realidad primaria que constituía, de hecho, el ser del hombre.
La vida, o Dasein heideggeriano (ser en sí y ahí) se da en mutua copertenencia o coexistencia entre el yo (ser en sí) y las circunstancias (ser ahí) o entre el hombre y el mundo, como se prefiera. Con el descubrimiento de la vida, como ser radical primario, se supera el realismo de los griegos (el ser lo era de las cosas) y el idealismo modernista o cartesiano (el ser era en sí mismo) De hecho, la vida es un existir, es decir, un ser ahí que implica la mutua interrelación del hombre con el mundo en un continuum temporal. Ser y tiempo se apropian el uno del otro.
La angustia ante la nada (la muerte) insta al hombre (Dasein) a dar un sentido a su ser, es decir, a buscar la razón de su existencia (ser ahí, en el mundo)
Pero ¿cómo se manifiesta la vida, o Dasein?
La vida, en palabras de Ortega, es acción, un constante quehacer que nos obliga a una continua elección de trayectorias o posibilidades del ser; acción proyectada siempre hacia el futuro.
Heidegger se referirá a las trayectorias como destinos del ser, y a las posibilidades de dichas trayectorias o destinos las llamará Ereignis.
Vemos, por tanto, que el ser se manifiesta a través de la elección (Ortega) o del acaecimiento (Heidegger)
Llegados a este punto, la comprensión de lo expuesto puede resultar farragosa o difícil de digerir. Por ello el bueno de Ortega, sabedor de que el filósofo se debe a la cortesía de la claridad, lo explica de la siguiente manera:

Un estudiante está sentado en un aula escuchando atentamente al profesor. Antes de entrar en el aula debió realizar una elección ante, como mínimo, dos trayectorias vitales posibles: entrar o irse a tomar un café.
El estudiante, como vemos, tenía dos posibles trayectorias, o dos destinos en potencia (en términos de Heidegger) He ahí, en ambos casos, la potencialidad del ser, siempre dándose y haciéndose a sí mismo ante las incontingencias o incertidumbre de las circunstancias.
Algún avispado, llegados a este punto, podría argumentar que el estudiante, una vez sentado en el aula, ya no realizaba más elecciones.
¡Pues no!, el estudiante todavía seguía existiendo, ergo todavía seguía eligiendo entre múltiples trayectorias o destinos posibles. Por ejemplo, podía elegir seguir escuchando atentamente o garabatear en su cuaderno, o podía decidir levantarse y marcharse en cualquier momento. Pero incluso aunque su intención fuese decidir quedarse hasta el final de la clase, dicha elección ya implicaría en sí misma un continuum de sucesivas elecciones temporales para permanecer, segundo a segundo, sentado en su pupitre.
Una vez explicado cómo se manifiesta la vida, lo cual es tanto como explicar cómo interactua el hombre (el yo) con el mundo (las circunstancias) se hace necesario explicar ¿cómo llega el dasein a dotarse de sentido a sí mismo? o ¿cómo podemos encontrar el sentido de la vida?
Ortega lo tiene claro: el sentido del ser consiste en ser él mismo, es decir, llegar a ser quien realmente es.
¿Pero cómo saber quiénes somos realmente?
Somos historia. Así de claro y sencillo.

¿Y qué significa que somos historia?
Significa que somos seres, dados en el tiempo, con un logos heredado y destinos potenciales que, a lo largo del existir y superando el pasado, deberemos avanzar hacia el futuro.
Y aquí me detengo, porque el hecho de explicar cómo superamos el pasado implicará el desarrollo de una pequeña reflexión ideológica.



Heidegger y Ortega.

Somos historia, decía Ortega, y, por tanto, la suma de todo el logos pretérito que determina nuestro ser.

Decía el filósofo de las circunstancias que su empresa como pensador consistía en superar la filosofía de Kant, de Descartes y de los antiguos, pero, atención, conservándolas, ya que, sin la conservación y transmisión de los logros del pensamiento humano a lo largo de la historia, no hubiésemos podido progresar.
De hecho, Parmenides, Platón y Aristóteles, Descartes, Kant... todo el pensamiento anterior, en tanto que asimilado, se conserva y se transmite de generación en generación.
Algo parecido decía Heidegger cuando abogaba por superar la historia para, así, mirando hacia el futuro desde una nueva perspectiva, poder hallar el sentido del ser. La historia, según Heiddeger no debía ser negada ni asumida, sino asimilada.
Estamos hablando, en definitiva, del desarrollo cognitivo de Piaget, pero desde una perspectiva filosófica; perspectiva que haría suya Jacques Derrida para dar forma a su deconstructivismo.
Lo que el hombre hace en realidad es asimilar nuevos conocimientos y acomodarlos a los ya preexistentes, buscando un equilibrio entre los mismos (Piaget) o superando el logos heredado a través de nuevas propuestas (Ortega y Heidegger).
Lo que nunca ha hecho el ser humano es desterrar, erradicar o borrar por completo, parte de su historia por tal de "comenzar de cero", por tal de negarse a sí mismo y rehuir de la responsabilidad de llegar a ser quien realmente es.
Solo ha habido en la historia una ideología, pseudomoral eslava en palabras de Ortega, que se haya obcecado en negar la tradición y el logos heredados de la historia: el marxismo.
Ortega apostaba por la superación aristoi (creadora) vs la negación revolucionaria (destructora) pues la superación conservaba el logos (tradiciones y legado histórico-cultural) para aspirar a mejorar y progresar socialmente, mientras que la negación pretendía transformar la realidad rompiendo con el pasado, borrándolo de la historia a través de la destrucción de valores.
Las influencias políticas de la filosofía raciovital de Ortega son claras y se oponen por completo al afán "anti" (antivital y antihumano) del marxismo y de las revolucionarias tesis comunistas.
Repetimos: progresar implica superar, pero en absoluto negar la historia ni el logos heredado o transmitido por la misma.

Las naciones:

Desde la perspectiva raciovitalista una nación es un proyecto de vida futuro (el proyecto de vida en potencia que sería el dasein heideggeriano)
Hablamos del Ser en potencia o del Ser como posibilidad, porque si bien es cierto que somos historia y ésta nos determina, no debemos olvidar que el imperativo vital nos insta a superar el pasado a través de un continuo elegir entre diferentes trayectorias de vida posibles. Repito: superar, que no negar.
Así, a lo largo de la historia, las naciones, como las personas, se han enfrentado a encrucijadas vitales, a diferentes posibilidades del ser (trayectorias) ante las cuales fue forzoso elegir.
La posibilidad, por tanto, acabará obligando al ser a elegir, haciendo que perdure en la historia una trayectoria de vida real (la elegida) pero también quedando en la memoria todas las demás trayectorias posibles, que pudieron ser potencialmente elegidas en determinado contexto histórico, mas nunca fueron reales.
Veamos un ejemplo:

La nación española llegó a ser, es decir, tuvo y tiene una auténtica razón histórica, en tanto su trayectoria real fue la elegida de entre otras muchas trayectorias que solo fueron posibles.
La nación catalana no es, en tanto su trayectoria histórica quizás fue posible, mas nunca fue elegida por el destino como real.
La filosofía orteguiana, a través de la comprensión del ser, de su razón o sentido histórico, hace un análisis impecable para demostrar quienes somos realmente.

Nadie, hasta la fecha, ha podido rebatir tan impecables como veraces argumentos, razón por la cual Ortega ha sido estigmatizado y atacado ad hominem constantemente, tanto por los revolucionarios marxistas negadores del sentido del ser, como por los nacionalismos particularistas obcecados en negar la historia, haciéndonos creer que la trayectoria nacional de Cataluña, que quizás fue posible en algún momento, llegó a ser real.

Las personas:

Los seres humanos también somos el resultado de las sucesivas elecciones que realizamos a lo largo de nuestra vida.
Veamos un ejemplo:
A un estudiante se le presentan dos opciones o trayectorias vitales posibles: cursar Derecho o arte.
El estudiante elige cursar Derecho y, así, dicha opción o trayectoria posible se convierte en su trayectoria VITAL real.
Pero, pasados los años, el estudiante se arrepiente o no está satisfecho con su elección, razón por la cual decide ser artista. Ahora tendrá dos opciones: negar su trayectoria vital real, reivindicándose artista porque así se siente él, o superar su realidad empeñándose a fondo para cursar la carrera de Bellas Artes. Pero, en cualquier caso, no podrá quejarse si todos le consideran lo que de hecho es: un licenciado en Derecho.

Así, de manera parecida, Cataluña tendrá las mismas opciones que nuestro desorientado estudiante: negar su realidad española y reivindicarse como nación aliena a la misma, porque así lo han decidido sentimentalmente un puñado de políticos que han condicionado las voluntades populares, o superar su realidad actual, autoafirmando sus rasgos identitarios pero reconociendo sus auténticas y reales raíces españolas.





El ser del Ser.




















¿Cuál es el ser del ser?

La tarea básica de toda filosofía, en palabras de Ortega, es hallar la razón del ser o, como dijera Heidegger, encontrar el sentido del ser. Así, descubrir el ser del ser (el porqué del ser) es la primera y más urgente pregunta que se formula cualquier ser humano sumido en el drama de vivir, es decir, cualquier individuo angustiado ante la muerte y la posibilidad de que tras morir solo quede la nada.

Si vamos a morir, ¿entonces por qué existimos? ¿Qué sentido tiene que seamos (existamos) tan solo por un pequeño período de tiempo? ¿Para qué tan corto viaje, aparentemente sin sentido?
Yendo más allá de la mera existencia óntica (de las cosas), que nos demuestra que lo que es existe en tanto posee unas cualidades constantes y permanentes que podemos observar y aprehender con la razón y los sentidos, el ser humano (pastor del ser) necesita saber la verdad sobre la existencia ontológica del ser (su razón y su sentido), pues es un imperativo vital que nos insta a huir del vacío de la nada.

Reduciendo al máximo, y simplificando en aras de la claridad*, podríamos decir que el ser humano no ha hallado todavía la respuesta a la pregunta más urgente y radical, ergo vital, que necesita para justificar su existencia: ¿Seguiremos siendo tras morir?
Metafísicamente hablando, el ser es eterno e invariable, pues es lo antagónico a la nada. Pero recuérdese que nos estamos refiriendo al ser ontológico, a una razón y un sentido que permanecen ad aeternum, en absoluto nos referimos al ser óntico de las cosas cuyo ser material, ya sabemos, ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Lo entendemos mejor desde una perspectiva teológica cuando nos preguntamos por el alma. El alma se me antoja el análogo, salvando las distancias, del referido ser del ser, es decir, el alma es aquello que permanece eternamente.
La teología soluciona el problema del sentido del ser heideggeriano partiendo de una verdad apriorística e incuestionable: Dios existe, ergo Dios es el ser del ser, es decir, es el ser eterno e invariable que da sentido a la existencia, tanto de las cosas como del ser humano.
Pero vayamos más allá de estas sencillas y pueriles conclusiones:
La idea de Dios es, si se me permite, un universal constante a lo largo de la historia que aparece en diferentes civilizaciones, distantes tanto en el tiempo como en el espacio. Podríamos decir que dicha idea es un legado de la tradición del logos humano (de nuestro lenguaje y de nuestra razón). Pero aferrándonos a la tradición (sin superarla) estaríamos enmascarando la auténtica verdad sobre el ser del ser, porque apelar a Dios, o a cualquier otro principio apriorístico no demostrable, significaría seguir manteniendo oculto al ser ontológico, que debería desvelarse (no revelarse) libre de los condicionantes de la tradición (cultura, historia, religión...).

Heidegger realiza una dura crítica contra la tradición, pero más que nada porque ella ha permitido que el ser humano se acomode y deje de buscar el verdadero sentido del ser o, en el mejor de los casos, lo busque por vías ya condicionadas previamente por el logos histórico. Heidegger insiste en que hay que desvelar el sentido del ser, es decir, mostrarlo para que no permanezca oculto, pero ¿qué método utilizaríamos para ello?. La teología se limita a revelarnos al ser del ser (Dios) a través de las sagradas escrituras: no vemos a Dios, pero éste se manifiesta y tiene sentido en los actos y hechos que es la vida.
Heidegger escogerá el método fenomenológico para desvelar el sentido del ser, pero resultará que dicho método, desarrollado por Husserl, pecaba de ciertas carencias. A saber:
El ser se manifiesta a través del fenómeno, es decir, de lo factible que se da ahí (en la existencia).
El dasein (ser en sí y ahí) se manifiesta a través de los hechos, es un constante hacerse a sí mismo, pero es un quehacer vital (Ortega) inmerso en la dimensión temporal. Y el método fenomenológico desarrollado por Husserl (maestro de Heidegger) no contemplaba la historicidad temporal del ser, pues la fenomenología reducía el ser al hecho, a lo que se daba o sucedía fuera de sí (existencia).
Vemos, pues, que si la vía teológica (revelación del ser) resultaba insuficiente para Heidegger en la tarea de desvelar el sentido del ser, la vía fenomenológica (facticidad del ser) tampoco servía como método, en tanto obviaba la historia o dimensión temporal en que se da el ser.
La cuestión es, y es lo que realmente debería importarnos, es que la vía teológica no nos desvela de forma originaria (libre de interpretaciones tradicionales) el sentido del ser (el ser del ser)*; tampoco nos desvela el sentido del ser la vía científica, que limita las posibilidades de desvelar al ser en tanto se ciñe a un riguroso método de análisis científico.

Sin duda, la desvelación del sentido del ser es un tema que atañe a la metafísica (más allá de la física), pero tampoco Heidegger logró tal objetivo, y el camino que nos mostró el filósofo alémán quedó tan solo como una propuesta, una innovadora alternativa a la teología y a la ciencia para hallar el sentido del ser.
Así pues, siguen sin respuestas las preguntas más urgentes y vitales que se formula el ser humano: ¿tiene sentido la vida y la existencia humana?, ¿hay una razón para ser y existir?. La duda me corroe.

* “La claridad es la cortesía del filósofo” (Ortega y Gasset)

* La vía teológica solo desvela el sentido del ser, es decir, a Dios, en tanto se tiene fe y se cree en la revelación de las sagradas escrituras, pero no porque el ser del ser halla sido desvelado desde la perspectiva metafísica.





La existencia auténtica (Heidegger)

Heidegger distingue en "Ser y Tiempo" la existencia cotidiana de la existencia auténtica y explica cómo el Dasein pasa de existir inmerso en la cotidianidad ("caída") a descubrir la existencia auténtica centrada en el "cuidado" del ser.

Píndaro, si no recuerdo mal, fue el primer pensador que proclamó solemne: "llega a ser quien eres", es decir, que instó al ser humano a desarrollar una existencia auténtica. Fichte la reformuló con su máxima "llega a ser quien realmente eres", y también Ortega la hizo "suya" al repetir incansable "sé el que eres".
Pero antes de dichas referencias directas al ser, para instarle a descubrirse a sí mismo, ya figuraba en el Oráculo de Delfos la sentencia "conócete a ti mismo", dando por sentado que solo cabía ser auténtico desde un conocimiento previo del propio ser (Dasein). Sócrates hizo suya la máxima grabada en el Oráculo de Delfos, y aún debería llegar San Agustín para ampliarla con su "conócete, acéptate, supérate" que impregnaría a todo el catolicismo. Así, también podemos encontrar en nuestro Quijote referencias a las mismas cuestiones existenciales:

«-¿Quién eres, adónde vas, de dónde vienes? Responde, fantasma o demonio, que quien te lo pregunta -dice Don Quijote- es nada menos que un hombre».

Ya dijo Ortega, y dijo bien, que la filosofía es la búsqueda de las respuestas a las sempiternas cuestiones existenciales: ¿quiénes somos, de dónce venimos, adónde vamos?. La filosofía era para Ortega, pues, una necesidad existencial y un imperativo vital de los que el ser humano no podía rehuir.
Y, sin embargo, y en palabras de Heidegger, la modernidad "alejó" al ser humano de sí mismo sumiéndole en la existencia de la cotidianidad, una existencia "inauténtica"centrada en el "estar en". El ser humano existe "estando", pero no "siendo"; "está" en el mundo para cumplir con un proyecto vital que no es el suyo, sino que le viene impuesto socialmente; "está" para trabajar, para "tener" objetos y bienes materiales, para cumplir con su rol de mero peón en la gran maquinaria de la ingenieria social, la cual, valiéndose de la "técnica", ha alejado al ser humano de la búsqueda del sentido del ser.
La técnica mantiene al Dasein en la caída, es decir, en una existencia de cotidianidad que se preocupa básicamente por el "estar" y el "tener", no por "el ser"; una existencia centrada en la rutina del "estar en", ya sea en el lugar de trabajo a determinada hora, de "hacer cosas" con puntualidad... y obcecada en el "tener" determinados bienes materiales.

En verdad, apenas hay tiempo para preguntarse por el sentido del ser cuando lo cotidiano dirige nuestras vidas: pagar hipotecas, pagar recibos de diferentes gastos, llegar a tiempo a determinado lugar...
Pero tras la caída, tras la cotidiana existencia, aparece siempre, tarde o temprano, la angustia. El Dasein se encuentra consigo mismo y comienza a conocerse y, retomando a San Agustín, comienza a aceptarse a sí mismo, que no es otra cosa que ser consciente de su propia finitud y tener presente a la muerte como la posibilidad de "poder no ser" o dejar de ser para siempre. Para Heidegger significará el encuentro del Dasein con la existencia auténtica, basada ésta en el cuidado del ser, es decir, en la responsabilidad que acepta el Dasein para hacerse cargo de "poder ser" (posibilidades de vida) asumiendo la posibilidad de su "poder no ser" (muerte).

Heidegger intenta huir de la tradición y no quiere hacer referencia teológica alguna, por lo cual se preocupa mucho de "crear" nuevas terminologías (desocultación, caída, cuidado...) que dificultan la comprensión de su analítica existencial en Ser y Tiempo. Pero la herencia del logos, como bien sabía Heidegger, siempre está ahí, si no explícita siempre implícita o sutilmente "oculta" en los entresijos de la dialéctica metafísica. De ahí su empeño por abandonar el método dialéctico sustituyéndolo por el fenomenológico.
Y, sin embargo, Emmanuel Lévinas se daría cuenta de que toda la obra de Ser y Tiempo trataba, en definitiva, sobre la "no presencia de Dios", es decir, que dicha obra era una suerte de teología negativa. De hecho, el propio Heidegger ya estaba en cierta manera impregnado de referentes teológicos, pues estudió teología durante varios años antes de adentrarse en el terreno de la metafísica y la fenomenología.
Unamuno, siempre sagaz, ya apuntó en su "Del Sentimiento Trágico de la Vida" que nadie como los ateos legitimaban tanto la idea de Dios, pues en su empeño por negarle no tenían más remedio que acudir a él.
Por otro lado, yo mismo no he podido evitar ver ciertas "analogías" entre las Sagradas Escrituras y Ser y Tiempo:
La vida en la caída, en la existencia cotidiana, se me antoja el análogo a la vida de los seres humanos antes de la revelación de Dios. Los humanos vivían en el "estar en" y en el "tener", adorando becerros de oro y sin preocuparse por el sentido del ser, es decir, por el ser del Ser (Dios para la teología). El cuidado heideggeriano, o consciencia de la angustia, coincidiría con el encuentro con Dios, pues en ambos casos supone el hecho de aceptar la responsabilidad de hacerse cargo de una vida finita que terminará con la muerte. La única diferencia, en absoluto baladí, es que la existencia auténtica heideggeriana no acepta como verdad la "posibilidad de" vida tras la muerte, mientras que el cristianismo asegura la vida eterna siempre que el creyente lleve una existencia auténtica conforme a los dictados de la fe.

Es claro, pero, que del hecho de que la analítica existencial de Heidegger no dé por cierta la existencia de Dios, no puede concluirse que éste no exista. Heiddeger deja abierto el camino que ha de recorrerse todavía para comprender el ser de la existencia (el ser del ser), pero la teología lo cierra conluyendo que Dios es el ser del Ser.